Y pido a Dios, al Destino y a mi voluntad que me concedan una cita con la Inspiración para poder acordar unas líneas más… unas líneas de dolor, de amor, de felicidad, de tristeza.
Las líneas que escribí con quince años, poemas de amor, canciones preñadas de dolor, pensamientos dolorosos que surgieron con una melancólica canción, mares de lágrimas vertidas a cambio de perdón.
Las líneas que escribí con dieciséis años. Líneas de prepotencia, párrafos de sumisión, palabras acertadas, equivocaciones sin ton ni son. Tempestuosa época por obra de quién sé yo...
Las líneas que redacté con diecisiete años y pocas cosas claras, las líneas de prosa amarga que recorrían mi almohada, los sueños de novelas, de mundos por descubrir, creación de un nuevo mundo gracias a una inspiración, que basé prácticamente en lo que perdí.
Y con dieciocho, la mayoría de edad, a pesar de lo que otras personas piensen, no me viene grande. No escribo por pereza, pero de literatura tengo hambre.
Hambre de escribir, hambre de poder terminar, terminar lo que un día gusté en empezar, pero la desolación me puede, la inspiración se escabulle entre las sombras del invierno y el otoño reposa en el fondo de mi mente como algo ya muy lejano, el otoño en el que gusté escribir para mí.
Y tan sólo pido a Dios, al Destino y a mi voluntad, que me concedan una cita con la Inspiración para poder acordar unas líneas más… unas líneas para pedir perdón por todo el daño causado, unas líneas para remitir y recordar un pacto casi olvidado, unas líneas para escribir… la defensa de un exiliado.
